Hace unos días coincidí con un colega mentor con el que intercambiaba opiniones sobre el sentir de los líderes a los que acompañamos. Ambos coincidimos en la dificultad del momento y las energías enfrentadas de determinación y precaución entre las que se mueven quienes tienen que dar respuesta a una realidad tan desafiante.
En medio de la conversación, él me preguntó:
– ¿Cuál ha sido la situación más retadora, en tu carrera como directiva?
Me quedé reflexionando unos instantes, repasando algunas de las experiencias más complicadas a las que me había enfrentado. Tengo que reconocer que no han sido pocos los desafíos enfrentados, y su criticidad me sorprendió, justo en ese momento en el que echaba la vista atrás.
En cuanto a retos externos, he tenido que lidiar con cambios de legislación, crisis económicas y sociales, cambios de paradigma en la gestión de clientes, del talento, y con la transformación digital, pero también con desastres naturales y humanos. Creo que ninguno de ellos de las dimensiones de lo que hoy vivimos, pero, en algunos casos, muy similares.
Dentro de la empresa, he experimentado transformaciones de organizaciones descomunales con frenos internos de todo tipo.
Sin embargo, buscando en lo profundo de mi corazón, me dí cuenta de que lo que de verdad me había costado de todo ello era enfrentarme al sentimiento de soledad que se experimenta cuando tienes que guiar a una organización y todo el mundo gira la mirada hacia ti.
Nunca he tenido miedo a arriesgarme, en lo profesional ni en lo personal, ni a emprender cambios o nuevos proyectos. He tomado los errores como aprendizajes y he aceptado los efectos de mis decisiones, cuidando al máximo que favorecieran al propósito subyacente y a las personas de mi entorno.
Sin darme cuenta, pues las palabras se escapaban de mi boca como si no fuera yo quien las pronunciara, comencé a confiarle a mi amigo:
– Creo que uno de los momentos más desafiantes es cuando te das cuenta de la magnitud del reto y sientes un sinfín de emociones mezcladas: excitación ante el cometido, responsabilidad por el resultado… los pensamientos acuden sin descanso a tu cabeza para plantear las distintas posibilidades, las personas en las que confiarás para llevarlo a cabo, los primeros pasos… diseñas las conversaciones que has de mantener, las puertas que necesitas abrir… es un momento ante el abismo, de máxima concentración y estímulo, y de una gran intimidad.
– Te comprendo – contestó él – también de gran incertidumbre, imagino. ¿Sentías miedo?
Una sonrisa vino a mis labios.
– Sí y no. No puedo decir que no sintiera miedo. Durante mucho tiempo en mi carrera, fui muy controladora, me obsesionaba el resultado. Detrás del control hay una energía de miedo. Te dices que no vas a fallar, y pones todo el corazón en crear unas bases muy sólidas sobre las que los equipos puedan ser muy líquidos. En ese sentido, creo que el miedo se desvanecía y daba paso a una energía creativa que me permitía tener una visión más global y contar con las personas adecuadas.
Según hablaba iba conectando con las sesiones que estos meses he estado manteniendo con mis clientes: ¿Desde dónde te mueves: desde lo reactivo o desde lo creativo? ¿Juegas para no perder, o juegas para ganar? O mejor… ¿Te reconoces valiente y vulnerable a la vez? ¿Te permites errar y aprender? ¿Confías en tu capacidad infinita para volver al punto de inicio? Es decir… ¿Juegas para jugar?
Rápidamente me di cuenta de que esos instantes de soledad que me habían parecido tan retadores, son precisamente aquellos en los que el juego interior del liderazgo se desarrolla. Momentos necesarios en los que el líder precisa conectar con lo que es, reconocerse y recuperar su energía innata. Permitirse sentir la adrenalina y la boca seca para trascender esos minutos, recuperar la serenidad y la presencia.
Hace ya unos 7 años que cultivo esa intimidad interior buscando momentos en el año en los que retirarme del mundo para conectar conmigo, y entonces le dije:
– No sé por qué te he contado esto… es en esa soledad en la que se produce la magia, el juego interior que te permite una acción conectada, hay algo que te guía para hacer lo que tienes que hacer. Sin filtros mentales, sin miedos.
Como decía Marianne Williamson, en la famosa frase atribuída a Nelson Mandela. “Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados, nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite. Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta”.
Esa soledad es una perla, un tesoro. Una semilla a cultivar para perder el miedo y hacerla fértil, muy fértil, y desplegar un liderazgo consciente y efectivo.
Nota: En Ynfinit trabajamos el liderazgo consciente abriendo el espacio al juego interior del líder, tanto en nuestros programas formativos, como en nuestros procesos de coaching y retiros.